martes, 13 de abril de 2010

Lucas, sus erratas

Todo es inútil (pensamiento que Lucas pensó seriamente convertir en el título de un libro) porque las erratas como es sabido viven una vida propia y es precisamente esa idiosincrasia que llevó a Lucas a estudiarlas lupa en mano y preguntarse una noche de iluminación si el misterio de su sigilosancia no estaría en eso, en que no son palabras como las otras sino algo que invade ciertas palabras, un virus de la lengua, la CIA del idioma, la transnacional de la semántica. De ahí a la verdad sólo había un sapo (un paso) y Lucas tachó sapo porque no era en absoluto un sapo sino algo todavía más siniestro. En primer lugar el error estaba en agarrárselas contra las pobres palabras atacadas por el virus, y de paso contra el noble tipógrafo que se rendía a la contaminación. ¿Cómo nadie se había dado cuenta de que el enemigo cual caballo de Troya moraba en la mismísima ciudadela del idioma, y que su guarida era la palabra que, con brillante aplicación de las teorías del chevalier Dupin, se paseaba a vista y paciencia de sus víctimas contextuales? A Lucas se le encendió la lamparita al mirar una vez más (porque acaba de escribirla con una bronca indecible) la palabra errata. De golpe vio dos cosas, y eso que estaba ciegoderabia. Vio que en la palabra había una rata, que la errata era la rata de la lengua, y que su maniobra más genial consistía precisamente en ser la primera errata a partir de la cual podía salir en plan de abierrta depredación sin que nadie se avivara. La segunda cosa era la prueba de un doble mecanismo de defensa, y a la vez de una necesidad de confesión disimulada (otra vez Poe); lo que hubiera podido leerse allí era ergo rata, conclusión cartesiana + estructuralista de una profunda intuición: Escribo, ergo rata. Diez puntos.

- Julio Cortázar