domingo, 30 de mayo de 2010

Para vosotros dos

Ya te explicaré mañana

Muchacha, no hay que hablar. Estamos tristes.
Desde la ventana
puedes ver el cielo donde la tierra acaba.
La luz se ensancha
y los pájaros cantan y vuelan
en la nada.
Muchacha, ¿qué estás pensando?
Desde la ventana
puedes ver el mundo donde el cielo se acaba.
Muchacha, dame una copa.
Ya te explicaré mañana.

- Gabriel Celaya

domingo, 16 de mayo de 2010

El origen de la Tragedia

Entre el mundo de la realidad dionisíaca y el de la realidad diaria se abre esa zona abismal del olvido que los separa al uno del otro. Pero en el momento en que reaparece esta realidad cotidiana en la conciencia, se siente en ella, como tal, con disgusto, y el resultado de esta impresión es una disposición ascética, contemplativa, de la voluntad. En este sentido, el hombre dionisíaco se parece a Hamlet: ambos han llegado hasta el fondo de las cosas con mirada decisiva; han visto, y se han sentido hartos de la acción, porque su actividad no puede cambiar la eterna esencia de las cosas; les parece ridículo o vergonzoso meterse a corregir un mundo que se desploma. El conocimiento mata la acción; es preciso para ésta el espejismo de la ilusión: esto es lo que nos enseña Hamlet; ciertamente no es ésta la sabiduría de Hans el Soñador, que por exceso de reflexión, y como por un exceso de posibilidades, no puede ya obrar; no es la reflexión, no: es el verdadero conocimiento, la visión de la horrible verdad, lo que aniquila todo impulso vital, todo motivo de acción, tanto en Hamlet como en el hombre dionisíaco. Entonces no se espera ningún consuelo; el deseo se lanza por encima de todo un mundo hacia la muerte y desprecia a los mismos dioses; se reniega de la existencia y, con ella, del reflejo engañoso de su imagen en el mundo de los dioses o en el más allá. Bajo la influencia de la verdad contemplada, el hombre no percibe ya nada más que lo horrible y lo absurdo de la existencia: comprende ahora lo que hay de simbólico en el destino de Ofelia; reconoce la sabiduría de Sileno, el dios de los bosques, y la angustia y el hastío le suben a la garganta.

- Friedrich Nietzsche