lunes, 5 de julio de 2010

Utopía

Éstos (los utopianos) se preguntan, en efecto, si puede haber hombres que queden embelesados ante el brillo engañoso de una perla diminuta o de una piedra preciosa, cuando tienen la posibilidad de contemplar una estrella y hasta al mismo sol. Se maravillan de que haya alguien tan rematadamente loco que se considere más noble por la lana más fina que viste. ¡Después de todo, esta lana, por fino que sea su hilo, la llevó antes una oveja! No les cabe en la cabeza que el oro, tan inútil por naturaleza, haya adquirido en todos los países del mundo un valor táctico tan considerable que sea mucho más estimado que el mismo hombre, y ello a pesar de que su valor haya sido sacado por y para el mismo hombre. No salen de su asombro ante el hecho de que un plomo, sin más talento que un tronco, y tan falto de escrúpulos como zafio, pueda tener bajo su dependencia a multitud de hombres honrados y buenos, sólo por la única razón de que un buen día le llovieron del cielo un montón de monedas. Pero, cuidado, que un revés de la fortuna o una interpretación de las leyes - que no menos que la fortuna pone las cosas patas para arriba - pueda arrebatar el dinero a nuestro héroe, para ponerlo en manos del más rufián de sus criados. Entonces, no hay por qué admirarse de ver al amo convertido en criado de su criado, como apéndice y aditamento de su dinero.
Pero lo que detestan y no acaban de entender es la locura de aquellos individuos que, no debiendo nada a los ricos, y no estándoles sujetos, les tributan honores casi divinos. ¡Y sólo por ser ricos! Y a pesar de que los saben tan avaros y sórdidos que nunca recibirán de ellos, mientras vivan, la más mínima parte de sus tesoros.

- Tomás Moro